El paseo que Gina me pidió
Fue un día cualquiera, a esa hora que los sajones llaman "twilight", hora única en que nuestro espíritu vacila entre considerar el momento tarde o noche. Caminábamos Chiqui y yo, tratando de aprovechar la magia de las sombras que ya empezaban a proyectar, alargadas, los árboles de la avenida Independencia. Cruzamos frente al viejo cementerio sin que pudieramos evitar echar un vistazo (era realmente inevitable) al centenar de tumbas que alcanzaba nuestra vista, la mayoría de ellas sin nombre, sin deudos. Al llegar a la esquina de la Estrelleta alzamos la vista para decir adiós a Lupe y a Sergito, que nos saludaban desde su balcón. Don Sergio, inmancable en su cronometría, llegaba al saguán desde Di Carlo, convencido de que Doña Ligia estaba poniendo a refrescar un bizcocho casero, recien hecho. Seguimos caminando hacia el sur, doblamos la Padre Billini a la derecha y bajamos por la Cambronal. Por más que miramos no pudimos ver a los Cucurullo: todos se habían ido. Saludamos a ...