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Mostrando entradas de 2007

El paseo que Gina me pidió

Fue un día cualquiera, a esa hora que los sajones llaman "twilight", hora única en que nuestro espíritu vacila entre considerar el momento tarde o noche. Caminábamos Chiqui y yo, tratando de aprovechar la magia de las sombras que ya empezaban a proyectar, alargadas, los árboles de la avenida Independencia. Cruzamos frente al viejo cementerio sin que pudieramos evitar echar un vistazo (era realmente inevitable) al centenar de tumbas que alcanzaba nuestra vista, la mayoría de ellas sin nombre, sin deudos. Al llegar a la esquina de la Estrelleta alzamos la vista para decir adiós a Lupe y a Sergito, que nos saludaban desde su balcón. Don Sergio, inmancable en su cronometría, llegaba al saguán desde Di Carlo, convencido de que Doña Ligia estaba poniendo a refrescar un bizcocho casero, recien hecho. Seguimos caminando hacia el sur, doblamos la Padre Billini a la derecha y bajamos por la Cambronal. Por más que miramos no pudimos ver a los Cucurullo: todos se habían ido. Saludamos a

My lady of the apple

A principios del mes pasado tuve un encuentro (el primero en ocho años) con la dama de la manzana. Como en todas y cada una de las veces anteriores, encontré lugares nuevos, gente nueva y una brisa juguetona que no recordaba me hubiera acariciado antes. También eché de menos algunas cosas que guardaba en mi recuerdo (juro por mi madre que no me refiero a torre alguna), como ciertos colores y olores de lugares en los que había estado antes. Fue una visita de andar. Nos subimos, Chiqui y yo, al bus que tiene dos pisos, con el segundo descapotado, como aquellas viejas guaguas azul y blanco de las rutas A y B, que tanto disfrute en la niñez de mi primera infancia. Igual que en aquellas cuando pasabamos por la Independencia o por la Bolívar (que en el lenguaje histórico quiere decir lo mismo), en estas había que recoger la cabeza, si uno no quería recibir un ramazo. Paseamos por Uptown y Downtown. El guía nos señalaba los edificios emblemáticos y las historias (reales o inventadas por los g

El suave roce de la muerte

En enero, hace apenas tres meses, luego de una caminata forzada, sentí que el mundo se posaba sobre mi pecho. Me detuve, tomé agua y seguí viviendo. Dos meses despúes de esa extraña experiencia, me encontraba sobre una camilla, esperando que un largo gusano inerte penetrara por mi ingle y, sorteando recovecos, llegara hasta los laberintos de mi corazón. Arrastrandose sigiloso, llegó hasta el punto exacto, hasta la misma mecha del cartucho, en fin, hasta la obstrucción. Allí y a través de su diminuta boca, el gusano evacuó un artilugio tecnoclógico, que se supone tenga (¡increíble!) la fuerza necesaria para retrasar (que nunca evitar) la muerte. Es fascinante; esa pequeña malla de filamentos nobles contra la parca. Y heme aquí, tratando de vivir intensamente cada minuto de aire respirado, como si temiera perder el autobús, y a la vez transitando lo más lentamente que puedo, los minutos que la vida me permita ¿Hasta cuando? Hasta que las galerías por donde discurre el jugo de la vida se

Yo tengo una hija

Yo tengo una hija, roja como una amapola. Yo tengo una hija, con dos ventanas que dan al mar en su cara. Yo tengo una hija, que como el mar viene y se va, y como el mar me humedece de dicha si se acerca y me mata de pesar cuando se va. Yo tengo una hija, pequeña y grande. Yo tengo una hija, que me llama si la acosan los extraterrestres y sin embargo me aleja de sus sueños. Yo tengo una hija, a quien quisiera perdir perdón, pero no recuerdo de que forma le he hecho daño. Yo tengo una hija, con la mitad de mis genes, la mitad de mi vida y la mitad de mi muerte. Yo tengo una hija que a pesar de todo sabe que soy bueno.

Debut vacilante

Esta tarde, apenas 40 días después de cumplir 54, cuarteo el vidrio del miedo y me decido a crear mi propia página de blog, quizás espoleado por la belleza de lo que mi hija Maya escribe en el suyo. Quizás venza esta sensación como de estar pensando "en voz alta", sirviendo en bandeja de madera lo que uno guarda, quizás demasiado, dentro. ¡Salud, pues! A todos los que se encuentren con las líneas torcidas de esta página.