El paseo que Gina me pidió

Fue un día cualquiera, a esa hora que los sajones llaman "twilight", hora única en que nuestro espíritu vacila entre considerar el momento tarde o noche. Caminábamos Chiqui y yo, tratando de aprovechar la magia de las sombras que ya empezaban a proyectar, alargadas, los árboles de la avenida Independencia. Cruzamos frente al viejo cementerio sin que pudieramos evitar echar un vistazo (era realmente inevitable) al centenar de tumbas que alcanzaba nuestra vista, la mayoría de ellas sin nombre, sin deudos.
Al llegar a la esquina de la Estrelleta alzamos la vista para decir adiós a Lupe y a Sergito, que nos saludaban desde su balcón. Don Sergio, inmancable en su cronometría, llegaba al saguán desde Di Carlo, convencido de que Doña Ligia estaba poniendo a refrescar un bizcocho casero, recien hecho.
Seguimos caminando hacia el sur, doblamos la Padre Billini a la derecha y bajamos por la Cambronal. Por más que miramos no pudimos ver a los Cucurullo: todos se habían ido.
Saludamos a mi tía Liliana, inmortal a pesar de los sofritos y las cervezas. Luego llegamos a la esquina de la Cambronal con José Gabriel García: En el tercer piso del edificio de balcones curvos, habia una docena de pantalones tendidos, al parecer desde la mañana, pretendiendo aprovechar los rayos de un sol que ya se había ocultado. Tenía la esperanza de ver a mi padre, pero algún vecino me dijo que se había ido a pescar a las costas de Xanadú (¡que envidia), donde los peces son dorados, el mar de cristal y la brisa tiene un perfune a algas de olor irrepetible.
Caminamos por el malecón hasta el obelisco. Un montón de caras nos sonreían al pasar, todas de una forma u otra, conocidas. Al llegar al antiguo conservatorio nos volvimos sobre nuestros pasos, siempre en la acera del malecón. Ya en el "obelisco hembra" subimos por la Palo Hincado, pasamos saludando a Doña Juanita, que desde el balcón de La Gloria nos movía la mano, con esa media sonrisa tan suya. Ante su mirada escrutadora, no nos atrevimos a entrar a donde Domingo, a bebernos una fría y ¡suerte que no lo hicimos! pues Doña Josefina Padilla también estaba en su portal.
A la altura de Onda Musical, la voz del "Hijo de Lidia" anunciaba otra bella página musical, de Acerina y su Danzonera. Chiqui miró hacia el tercer piso y vio a su mamá pastoreando a la Nenita que le hacía un mandado en el colmado.
Pedimos un helado en Los Capri y cruzamos el parque para tomar un concho, cuando partíamos en él por la Bolívar, de doble vía, alguien, con medio cuerpo fuera del suyo, se nos cruzó gritando y diciendonos adios. Era Gina. Los dos vimos como su mano se fue haciendo pequeña, poco a poco. Yo, no tuve más remedio que terminar el capiruchito que quedaba de mi barquilla, con la esperanza de que todavía estuviera sucia de avellana.

Comentarios

Maya ha dicho que…
Si Gina ya leyó esto se tiene que haber raja'o a dar gritos. No es que la conozca tan bien como tú, pero a cualquiera con dos dedos de ternura en el corazón se le aguan los ojos con tu escrito. Tu nostalgia me llegó a la tripa más profunda y los olores de Ciudad Nueva se colaron por mi naríz hasta mi estómago. El último chin de helado de avellana, el que esperabas encontrar en el culito del cono me lo tomé yo, que ya estaba contigo y era parte tuya.

Gracias por escribir estas cosas papá, porque cuando las leo, eres como yo te imagino, como yo te quiero, y como realmente eres. ¿Ves como es de bueno soñar?
LTOviedo ha dicho que…
El verdadero valor, el verdadero coraje del ser humano consiste en alternar el suenho con la realidad...

Entradas populares de este blog