El suave roce de la muerte

En enero, hace apenas tres meses, luego de una caminata forzada, sentí que el mundo se posaba sobre mi pecho. Me detuve, tomé agua y seguí viviendo.
Dos meses despúes de esa extraña experiencia, me encontraba sobre una camilla, esperando que un largo gusano inerte penetrara por mi ingle y, sorteando recovecos, llegara hasta los laberintos de mi corazón.
Arrastrandose sigiloso, llegó hasta el punto exacto, hasta la misma mecha del cartucho, en fin, hasta la obstrucción. Allí y a través de su diminuta boca, el gusano evacuó un artilugio tecnoclógico, que se supone tenga (¡increíble!) la fuerza necesaria para retrasar (que nunca evitar) la muerte. Es fascinante; esa pequeña malla de filamentos nobles contra la parca.
Y heme aquí, tratando de vivir intensamente cada minuto de aire respirado, como si temiera perder el autobús, y a la vez transitando lo más lentamente que puedo, los minutos que la vida me permita ¿Hasta cuando? Hasta que las galerías por donde discurre el jugo de la vida se cansen de estar alertas y adosen sus paredes. Entonces, habrá bajado el telón.

Comentarios

Maya ha dicho que…
Estuve ahí el día de la caminata a la que te refieres en este mensaje, pero a diferencia tuya (y tal véz por pesimismo) yo si supe (o presentí) al instante de la gravedad de tu condición.

Vive intensamente, pero no seas como los demás, que después de haber estado en una situación similar a la tuya se buscan una amante y cambian de familia.

Poco o mucho, el tiempo que te quede es tuyo y es nuestro y yo trataré por todos los medios de hacer que valga la pena dilatar lo inevitable. Te lo prometo, papá.

Ahora me voy para no hacer una escena en la biblioteca de APEC.

Te quiero.
LTOviedo ha dicho que…
Gracias, hijita.
Papá

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