Elegía a Juan Ducoudray, poeta de la prosa y de la vida

A un noble guayacán, vencido por los años
¡Salve, Guayacán de estirpe heroica!
Que supiste resistir el hacha aleve
que tantos arbustos cercenara,
en los días aciagos del oprobio.
Los días de panfletos y volantes
que la nocturnidad hacía posibles,
días de mazmorras y de escarnio,
de ignominia, de terror, de felonías…

Pero nada (digo nada,
y nada es algo)
que te hicieran los malvados, asesinos,
logró doblegar tu fe invidente,
tu fe en tu pueblo y su destino.

Y así fuiste flotando imperturbable
por los mares procelosos del exilio,
y así Colombia, Venezuela, Guatemala,
México y la Cuba redimida,
te brindaron su suelo cariñoso
y así restañaron tus heridas.

Y fue el tiempo de armar expediciones
y entregarte por entero a la tarea
de fundirte con la raza que partía
a luchar con más vergüenza que metralla,
a abonar el noble suelo
con sus vidas.

Hasta que fue el momento del regreso
y volviste a la tierra prometida
a cerrar un paréntesis muy largo
que se abrió, sin querer,
con tu partida.

Y entonces redoblaste tus esfuerzos,
y tu idea, tus palabras, tu hidalguía
sirvieron de modelo a muchos otros,
que empezaban a labrar el nuevo día.

Y de nuevo la patria quejumbrosa
requirió de tu sana rebeldía,
cuando hubo que enfrentar a los esbirros
en los días de abril de nuestras vidas.
En aquél momento, de noche oscura,
cuando el suelo sacrosanto de la isla
fue violado por la bota ignominiosa
del marine prepotente y homicida,
supiste defender la patria herida,
sumándote al lado de los buenos,
los que solo de perder tenían
sus vidas, es decir, la patria misma.

¡Ay, Juan, cuánta sangre derramada!
¡Cuántas madres se quedaron sin sus crías!
¡Cuántas viudas, cuántos huérfanos sufrieron
la barbarie impune, incontrolable,
de esos días.

Pero ahora, anciano venerable,
te marchas sin siquiera despedirte,
cuando tu cuerpo cansado de dolores
se niega a acompañarte
en esta vida.

Escribes con ello en tu Olivetti
el artículo postrero de tu vida,
vertiendo los consejos pertinentes
que quinientas palabras te permitan.

Hoy comprendo por qué partes tan ligero
de equipaje, cuan poeta de Castilla:
el amor y el ejemplo que nos dejas,
pesa más que la sal de nuestros días.

Ve tranquilo compañero, amigo, hermano,
guayacán imperturbable, árbol digno,
que te esperan tus antiguos camaradas
para iniciar la gran reunión
contigo.

Luis Tomás Oviedo

A Juan Ducoudray,
un hombre bueno.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Magnifica, precisa y de una hermosura inigualable..... de ahora en adelante no me perdere ninguna! Pero por supuesto está la guardare en mi memoria.

Te quiero mucho.

Entradas populares de este blog