In apostolatus culmine
Para poder entender lo que ocurre en
la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y sobre todo por qué ocurre, es
imprescindible conocer lo que ha ocurrido a lo largo de su historia, sobre
todo, de su historia reciente.
La Universidad de Santo Domingo, al
igual que el resto del sistema educativo dominicano en todos sus niveles, se
plegó a la política de ideologización implementada por la dictadura de
Trujillo. La Guardia Universitaria, además de rendir pleitesía al tirano en
ocasión de las diversas efemérides patrias y del régimen, servía de organismo
de inteligencia, para detectar los “desafectos” dentro del estudiantado
universitario.
Rectores decanos y profesores eran
designados directamente por el Poder Ejecutivo, entre aquellos “libres de
pecado y protegidos de toda perturbación”, es decir, entre alabarderos del
régimen.
La caída de la dictadura trujillista
marcó un hito en la vida de la Primada de América, aunque la furiosa campaña de
“destrujillización” que recorría toda la superficie nacional no permeara de
inmediato a la universidad. A pesar de que se otorgó el fuero universitario y
surgió la Federación de Estudiantes Dominicanos, propulsada por un grupo de
estudiantes que había tenido participación en la lucha clandestina contra la
dictadura, el cuerpo profesoral permaneció intacto, renuente a aceptar las
corrientes libertarias y democráticas, que en poco tiempo darían lugar a una
universidad abierta, democrática y plural.
Precisamente, es en 1966, con el
surgimiento del Movimiento Renovador, cuando se sacudieron los cimientos de esa
alta casa de estudios y muchos de sus antiguos profesores (trujillistas o
simplemente reaccionarios) renunciaron o fueron expulsados, algunos por su
directa participación en el régimen o por su renuencia a aceptar los cambios,
que se hacían impostergables.
Se revisaron los estatutos y se
insertó la institución en la corriente de universidades populares de
Latinoamérica.
En su seno se dió albergue a los
antiguos perseguidos por la dictadura y a los nuevos perseguidos del régimen de
Balaguer, que comenzaba a mostrar la cara que tendría durante los siguientes
doce años.
Ahora debemos analizar dos elementos
que se insinuan en lo expuesto hasta aquí. Uno es la apertura sin restricciones
y sin mayores requisitos que un título de bachiller, a todos los aspirantes a
hacer una carrera universitaria, lo que erróneamente se creía garantizaba el
caracter “popular” de la academia. El otro es el ingreso de profesores en
muchos de quienes el único aval era el ser o haber sido perseguido político.
El primer elemento implicó una
política que dio oportunidad de acceso a muchos estudiantes brillantes, cuya
extracción social o nivel económico les habrían hecho imposible acceder a una
carrera universitaria; pero también abrió las puertas a estudiantes sin
aptitudes ni actitudes mínimamente requeridas para tales fines.
Lamentablemente, y en gran medida, esa política se mantiene hoy día.
El segundo elemento, cuya política
dotó a la universidad de mentes brillantes, también favoreció el enquistamiento
en ella de profesores mediocres, con el peligro de que estos se replicaran en
sus alumnos. Si bien es cierto que en la actualidad, gracias a la macrosomía
burocrática de la UASD, el ingreso por “méritos” políticos no afecta igual que
antes al cuerpo profesoral, aún son muy laxos los requisitos para ingresar a la
docencia en la universidad más antigua de América.
Quizás los dos elementos señalados
bastarían para explicar en gran medida la situación de crisis permanente que
vive la Universidad Autónoma de Santo Domingo, pero podríamos pecar de
simplistas si así lo hiciéramos. Existe un tercer elemento que ha gravitado
pesadamente en su historia reciente y que, de no variar significativamente,
hace que peligre seriamente su futuro. Me refiero al sistema vigente para la
elección de las autoridades académicas y administrativas de la UASD.
Según los estatutos vigentes, los
coordinadores de cátedra, los directores de escuelas, los decanos de
facultades, los vicerrectores y el rector, son elegidos por voto directo y
secreto de los profesores y los representantes de empleados y estudiantes
federados.
A pesar de que las últimas reformas
introdujeron –tímidamente- algunos requisitos académicos mínimos para poder
optar por cada uno de esos puestos (requisitos cuya ausencia debió de ser
motivo de vergüenza en el concierto de universidades del mundo), la escogencia
de candidatos todavía dista mucho de descansar en los méritos académicos o
gerenciales de estos. Pesa más el “amarre”, la claque que se haya nucleado en
base al clientelismo, o el apoyo que se logre de parte de un partido político
mayoritario, para lograr esos puestos.
Eso ha determinado que en algunos
casos la mediocridad y en otro el compromiso clientelar hayan frenado el
verdadero desarrollo de la universidad, así como la posibilidad de jugar el
papel que le corresponde en una sociedad que lucha por insertarse
competitivamente en un mundo global y sumamente complejo.
Todo esto ha sido lo que explica la
proliferación de universidades privadas de toda laya, muchas de las cuales han
tenido que cerrar, por no llenar los estándares mínimos de calidad exigidos por
el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología.
Pero lo más terrible es que también
explica el por qué se desvían bachilleres brillantes del camino que los
conduciría a la UASD, y optan por una universidad privada, cualquiera que sea.
Solo llegan los que se ven obligados, por no poder pagar una matrícula privada.
Hay quienes piensan –y no los culpo-
que el problema de la UASD no tiene solución. Yo creo que sí la tiene.
Lo primero es que la UASD debe
“mirar para adentro”, y conocer su verdadera realidad, sin demagogias,
machepismo ni compromisos espúrios. No puede seguir subvencionando los créditos
y tiene que especializar estos, es decir, que la universidad tiene que cobrar
lo que vale un crédito, cifra esta que debe resultar de un exaustivo análisis
de costos, y no puede cobrar el crédito igual en todas las carreras (¡Un
estudiante de Psicología paga actualmente igual que un estudiante de
Arquitectura!).
Es hora ya de que la UASD deje de
ser una entidad deficitaria y dependiente, pues mientras dependa económicamente
del gobierno y precise cada vez con más frecuencia de asignaciones
extraordinarias de recursos para compensar déficits presupuestarios, la
autonomía y la independencia de la academia serán solo una ficción.
Ya me parece oir los anatemas que
sobre mí lanzarán los defensores del estatus quo de la UASD o quienes me han
malinterpretado, al leer el párrafo anterior. Que si los pobres no podrán
ingresar a la universidad, que si eso es privatización, que si se segregarán
las carreras, haciendo algunas de estas “carreras élite”, etcétera, etcétera.
No. La Universidad Autónoma de Santo
Domingo deberá garantizar matrícula y permanencia a todo aquél estudiante cuyas
calificaciones, actitud y aptitud lo hagan merecedor de una plaza en la
universidad más vieja de América, independientemente de su condición económica.
¿Cómo?
Sabemos que el sector privado es el
principal beneficiario de los recursos humanos que las universidades ponen a
disposición del mercado. Pues la UASD deberá realizar alianzas estratégicas con
el sector privado, de manera que este cree programas de becas de estudios para
estudiantes meritorios, que al fin y al cabo y en su inmensa mayoría serán
recursos humanos que este sector asimilará.
El Estado, por su parte, deberá
garantizar la mejoría en el nivel de excelencia de los estudiantes
pre-universitarios, dotándolos de la idoneidad suficiente para aprobar el
exámen de ingreso que imprescindiblemente deberá implementar la Universidad
Autónoma de Santo Domingo a todos sus aspirantes.
La orientación de los pensums hacia
la excelencia y la competitividad global es un tema pertinente, pero que
desborda la intención de este artículo.
Dados los pasos sugeridos, la
universidad deberá someter a todo su cuerpo docente a una evaluación periódica,
científica, objetiva, con instrumentos modernos de medición y evaluación,
prescindiendo de los servicios de aquellos profesores que no reunan las
condiciones intelectuales, académicas, de actitud y morales para formar parte
de su familia.
En cuanto a la elección de las
autoridades, deberá suprimirse el sistema del voto directo puro y simple en
este proceso. Las autoridades, desde el rector hasta el coordinador de cátedra,
deberán acceder a sus puestos a través de un concurso por oposición, en el cual
se valoren su experiencia docente, las investigaciones y publicaciones
realizadas, su actividad en la comunicación entre pares, sus dotes cívicas y
morales, así como su prestigio profesional. En fin, la idoneidad para el puesto
al que se aspira.
El proceso evaluativo deberá estar a
cargo de personalidades de la vida académica de la UASD, activas o no, cuya
trayectoria incuestionable e historial académico, rodeen el proceso de la
debida transparencia y garanticen la idoneidad de los candidatos seleccionados.
Solo así, tomando estas medidas,
cuya enumeración no es exhaustiva y cuya implementación requerirá de
modificaciones de reglamentos y estatutos, podremos encaminar nuestra querida
Alma Mater por el sendero institucional debido.
Y es que la Universidad Autónoma de
Santo Domingo, aunque pudo hacerlo, no ha sabido colocarse a la altura que su
historia le había reservado ¿Será porque la mayoría de quienes han decidido su
destino ignora que es una universidad casi cien años mas vieja que Harvard?
Como siempre y como todo, solo ha
faltado voluntad y decisión política. Nada más.
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