Reflexiones impertinentes (por ser domingo) acerca del problema dominicano (mal llamado "problema haitiano")
Históricamente,
el flujo fronterizo ha sido –en mucho mayor proporción- de oeste a este,
incluyendo contingentes militares (República Dominicana nunca ha invadido
Haití). Esto motivado por la secular miseria del país del oeste, miseria
sembrada por ellos mismos, al incluir dentro de las tareas de su guerra
independentista, la destrucción de toda la infraestructura productiva colonial.
Primero,
el éxodo hacia el este se debió al auge de la industria azucarera, impulsado
por los colonos que necesitaban braceros dóciles y mano de obra barata. Los
colonos cañeros importaban braceros en connivencia con las autoridades y en
contubernio con estas repatriaban solo parte de los braceros importados, la
otra parte se quedaba aquí y le ahorraba al colono el impuesto de la siguiente
“importación”. Así fue creciendo el número de haitianos ilegales en la
República Dominicana.
La
práctica desaparición de la industria azucarera, coincidente con el auge en la
producción de otros rubros agrícolas, para consumo local y exportación, hizo
que el bracero cortador de caña re-direccionara su oferta de mano de obra
sumisa y barata; el destino de esta fue las plantaciones de arroz, café, cacao
y –en mucho menor proporción- tabaco. Esto ocurría (y aún ocurre) en el momento
en que se produce el boom de la industria de la construcción a nivel nacional;
ya no son oleadas de haitianos los que cruzaban la frontera y se quedaban
ilegales en el país, es un verdadero tsunami.
Los
grandes capitales de la agricultura y la construcción no quieren que toquen esa
tecla ni siquiera con guantes de terciopelo.
Mientras,
fuera (léase, en los países directa e indirectamente responsables de que Haití
no haya podido salir nunca de su situación de miseria), se empieza a hablar de
condiciones de esclavitud en el trabajo haitiano, siempre acunando en sus
mentes la idea de la “única e indivisible”.
Según
el censo de población, recientemente realizado, en el país viven 800,000
haitianos legales. Los conocedores dicen que si le suman los ilegales llegan a
los 2,000,000. En un país de escasos 12,000,000 de habitantes, la suma supone
el 16% de la población. Si se produjese una amnistía, como desean muchos de
buena fe y muchos más de mala leche, esa masa se constituye en una población
electoralmente significativa, por no decir decisiva.
Esto
es particularmente cierto por la conducta social de esa minoría. Contrario a
los dominicanos, que se desarraigan desde que salen de su país y tratan una vez
fuera de no “juntarse” con otros dominicanos, los haitianos en el país son
gregarios, andan juntos y tienden a actuar todos a una. Y lo hacen sin miedo.
No
se si habrán notado que antes, cuando íbamos caminando por la calle y se
cruzaban con nosotros un par de haitianos, estos hacían de inmediato silencio,
para que no oyéramos que hablaban en creole; hay día no les importa y hablan
con toda libertad. Dirán ustedes que eso es un progreso de la democracia, yo
digo que de parte de ellos es una muestra de conciencia de sí y para sí.
Ahora,
unas pocas palabras sobre la infeliz sentencia del Tribunal Constitucional.
Esta
sentencia, correcta en el fondo, pues es una prerrogativa irrenunciable de todo
país definir los criterios que rijan el otorgamiento de su nacionalidad, en la
forma es un adefesio. Y el adefesio lo constituye la retroactividad que quiere
darle a lo sentenciado, ubicando el efecto en el año 1929. Eso no debería
quitarle el sueño a quienes hoy están preocupados por ello, pues no resiste un
recurso de amparo.
Muchas
personas piensan y analizan el problema en función de lo que sufren “nuestros
hermanos haitianos”, desfavorecidos de la fortuna, desde una perspectiva a
todas luces anti histórica en la cual solo les falta culpar a Dios, por negarle
a los haitianos lo que a nosotros nos dio.
No
saben que por ese camino le hacen el juego a los grandes capitales dominicanos
(agrícolas y de la construcción) y, sobre todo, a las grandes potencias que,
evadiendo su responsabilidad histórica con el pueblo haitiano, quieren
convertir los problemas de los dos países en “vasos comunicantes”. Para esas
potencias que depredaron por siglos Haití, los haitianos no son nuestros
hermanos: son nuestros hijos.
Y ahora díganme, lo tratado ¿es el problema haitiano o es –como
he dicho- el problema dominicano?
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