El fetichismo de las palabras

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Yo no uso el mal llamado “lenguaje de género”, sencillamente porque no existe como tal; el lenguaje castellano tiene sus reglas bien precisas y distingue meridianamente la diferencia que existe entre “género” y “sexo”, algo que –al parecer- confunden las activistas del feminismo. Lo peor es que ciertos hombres, principalmente desde el litoral político, les siguen el juego, usando el “los” y “las”, y el “todos” y “todas” conjuntamente en sus discursos. Esto satisface plenamente al feminismo vernáculo, sin detenerse a pensar que muchas de esas figuras someten a sus parejas a violencia psicológica en el ámbito doméstico, amén de que les montan dos y tres queridas.
En el “lenguaje de género” se cometen transgresiones garrafales, como esa de llamar “presidenta” a la que ostenta tal cargo, cuando debe ser “presidente”, es decir, que preside; si esto no es así ¿por qué no llaman “salienta” o “cantanta”, a las que salen o cantan?
El argumento que el feminismo ha esgrimido contra los míos es que “el lenguaje lo inventaron los hombres” (obviamente que no usan el término “hombre” en el sentido gramaticalmente correcto, sino como “macho”), a lo cual he ripostado, con la calma de lugar, que también el automóvil, el avión, la máquina de vapor, el teléfono, la radio y el Facebook lo inventaron los hombres… Por otro lado, que me contesten los feministas ¿Se han emancipado las mujeres de los países en los que han gobernado las Golda Meir, las Margaret Tacher, las Michelle Bachelet, las Cristina Kirchner, las Isabel de Perón, las Corazón Aquino, las Violeta Chamorro, las Mireya Moscoso, las Laura Chinchilla, o las Dilma Rousseff, por solo mencionar algunas? Simplemente no. Porque el problema no está en el sexo (muchas de las arriba mencionadas han sido más machistas que cualquier hombre), el problema está en el sistema y en la cultura de dominación del hombre sobre la mujer, que inculcan las propias madres a sus hijos e hijas.
Yo he sido un luchador incansable contra el “lenguaje de género”, más que por constituir una agresión inmerecida a nuestro lenguaje, por razones ideológicas y políticas: el “lenguaje de género” desenfoca y desvía la lucha por la emancipación de la mujer, dirigiéndola contra el hombre y usando las palabras como fetiches, o como el muñequito voo doo al que se le clavan alfileres.
Si verdaderamente queremos luchar en contra del sometimiento y explotación de la mujer, tenemos que identificar sus verdaderos enemigos y modificar culturas, comenzando por eliminar la forma diferencial en que educamos a nuestros hijos y nuestras hijas y continuando con la revisión de las leyes y usos de nuestra sociedad en ese sentido.
De lo contrario seguiremos viendo y oyendo gente usando el “todos” y “todas” en sus discursos y por dentro diciendo “Je, je, je…”

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