El último vaso

 

El día que nació Arturo, su madre recibió un regalo extraño de una anciana vecina -cuya edad nunca había podido adivinar- y quien casi nunca la visitaba. Envueltos en papel celofán había media docena de vasos de vidrio. No es mentira que se sorprendió un poco con el gesto, pues no era costumbre en el área urbana.

El niño creció viendo usar los vasos, ya agua, ya una limonada para la visita, en fin, el uso que suele dársele y se le da a unos vasos.

Todavía un adolescente, fue con su madre a visitar a la vieja vecina, que estaba muy enferma. Luego de un rato junto a la cama la madre se despidió y salió de la habitación con semblante triste. Él la iba a seguir cuando de pronto sintió la mano huesuda de la anciana que lo sujetaba por un brazo y lo acercaba a sí; al principio se asustó, sobre todo porque su madre no se había dado cuenta, pero luego cedió a la presión. 

La vieja enferma hizo que acercara el oído a su boca y le susurró:

- Esos vasos son tu vida...- y lo soltó.

Arturo no le contó a su mamá lo ocurrido y nunca supo por qué. Quizás fuera porque no entendió lo que habría querido decir la vieja, o porque no quería mortificar a su madre. Poco tiempo después la anciana murió.

Los años pasaron y Arturo se quedó viviendo solo en la casa, poco a poco fue creciendo en él la aprehensión en relación a los seis vasos y lo que le había dicho la moribunda, los cuidaba con esmero enfermizo y no podía evitar el seguir con la mirada a todo aquél que los tocaba. 

El día que su sirvienta rompió el primero por poco sufre un infarto ¿Y qué decir cuando una visita desaprensiva, tomando en uno, lo dejó caer? ¿O cuando su gato se subió al fregadero y rompió otro? 

La histeria de Arturo fue creciendo medida que se daba cuenta del conteo regresivo de los vasos.

Y es que sabía que a ellos estaba ligada su vida, más aún, creía a fe ciega que su vida dependía de la existencia de esos tres vasos sobrevivientes.

Unos años después dos vasos más se rompieron, al caerse la repisa de madera en donde estaban, accidente del que solo sobrevivió uno. 

Fue entonces cuando su obsesión llegó al borde del delirio. El vaso restante, el último, lo guardó con llave en el escaparate de la cocina.

Una tarde, Arturo leía la prensa, sentado en su sillón favorito, cuando sintió que el suelo se movía, miró la lámpara del comedor y vio que oscilaba. Nada: un temblor. Lleno de pánico, corrió hacia la cocina sin tiempo para evitar que el escaparate se viniera abajo, rompiéndose todo lo que había dentro. Casi al mismo tiempo se desató un fuego producido por una chispa eléctrica y el gas. 

Arturo pensó que era su fin, que moriría quemado, claro, se había roto el último vaso. 

Pero no, él se burlaría del destino.

Como un loco, salió corriendo por la puerta delantera de su casa, para alejarse del fuego y de su sino, al cruzar la calle, no se fijó en un camión de bomberos que venía a toda velocidad, y...

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Sigue escribiendo. Me gustó.

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